CONGRESO CAAVE 2002
PONENCIA DE D. GONZALO PASCUAL

Ponencia de D. Gonzalo Pascual

La actividad empresarial tradicionalmente en España no ha gozado del reconocimiento y prestigio social suficiente en función del compromiso y la responsabilidad que implica poner en marcha y desarrollar una empresa. Las raíces culturales e históricas de nuestro pueblo han dificultado que la clase empresarial y la sociedad en general asumieran una verdadera conciencia del importantísimo papel que juega la empresa en el desarrollo económico y social de una nación.

La sociedad actual, nuestro mundo, el progreso vivido, colectiva o individualmente, es el resultado de quienes, sirviendo necesidades, crearon, manufacturaron y comercializaron bienes y servicios para la sociedad.

La empresa significa la negociación del ocio, la dedicación al trabajo, la creación de riqueza, el beneficio y su redistribución para un bienestar económico de una sociedad en evolución continua.

La mayoría de las empresas están dirigidas por emprendedores, dueños o no, patronos o empresarios. Generalmente sus propietarios no son dueños por herencia, sino por realización personal.

En una reciente encuesta se descubría que el 72% de los empresarios en ejercicio ha creado su propia empresa. Otro 14% la ha comprado, y solo el 14% restante lo obtuvo por herencia.

Otro dato más, alrededor del 85% de los actuales empresarios fueron previamente trabajadores asalariados que iniciaron sus aventuras empresariales, prácticamente desde la nada, sin más capital que su trabajo, imaginación y algún ahorro, pero con una enorme capacidad de emprender aventuras con su riesgo calculado.

En definitiva, el beneficio empresarial, valorado socialmente es el mejor instrumento de inversión y desarrollo, sin él no habrá posibilidad de crear riqueza y empleo.

Un paso más en la vida de las empresas lo constituye el asociacionismo empresarial. Desde muy antiguo se percibió esta necesidad y así surgieron los gremios, con los que nació una nueva clase media, la burguesía, nueva jerarquía social de artesanos y mercaderes, artes y oficios, de trabajo dignificado y organizado, de esfuerzo personal con crecimiento natural y ascenso en la escala social.

Hombres emprendedores que transformaron la sociedad rústica en una sociedad mercantil, constituyendo la base del desarrollo de la industrialización y comercialización. Hombres que buscando el bien común, el prestigio, la prosperidad y su realización personal, con celo y cuidado en el trabajo, crearon la función empresarial.

Desde esas circunstancias han pasado muchos años, muchas vicisitudes y situaciones políticas, económicas y sociales de la más amplia variedad.

Precisamente en este año 2002 se cumplen veinticinco años de la fundación de la CEOE, cuya celebración ha tenido lugar el pasado jueves en Madrid, bajo la presidencia de nuestro Rey Juan Carlos I con la solemnidad que la efeméride requería y asistencia de autoridades y amplia representación de empresarios y sus organizaciones; y con la presencia activa del Presidente de la CEOE, José María Cuevas, que tantos y tan buenos servicios ha prestado al mundo empresarial y en particular a este nuestro del turismo.

Desde aquí quiero agradecerle su dedicación y felicitar por este cumpleaños de nuestra cumbre asociativa en el que parece que se alcanza la mayoría de edad, pero que lejos de instalarnos en la comodidad de lo logrado, entramos en una etapa de nuevas responsabilidades y riesgos propios de la madurez.

El origen de la CEOE no fue fácil, surgía como un intento de aglutinar a todos los empresarios españoles en un modelo asociativo propio de un sistema democrático que en aquellos momentos daba sus primeros pasos. Los riesgos que se cernían entonces sobre este proyecto eran considerables.

Desde su fundación, la CEOE comprendió que sus objetivos habían de ser dobles: el primero debía consistir en defender las ideas empresariales con toda firmeza y la persistencia que fueran precisas, aún en franca minoría y en medio de la incomprensión social.

Hoy nos puede parecer trivial, pero en aquellos días era poco gratificante lanzar mensajes que hablaran de la función social del empresario, de la necesidad de disponer de una economía libre y abierta, de flexibilidad laboral, de equilibrio de las cuentas públicas, de privatizaciones, de apertura al exterior, etc.

La CEOE y las organizaciones que la integran han tenido que remontar una corriente de opinión adversa, y en no pocas ocasiones en contra del sentir, casi unánime, de otras organizaciones que decían exactamente lo contrario que nosotros.

Si el primer gran objetivo era defender y promover, contra viento y marea, las ideas y principios de la libertad de empresa, el segundo y no menos importante debía ser hacerlo desde la negociación, el diálogo y la concordia social, procurando siempre el entendimiento con nuestros interlocutores sindicales y con respeto a la soberanía popular enmarcada por los sucesivos gobiernos democráticos.

Las organizaciones empresariales, integradas en la CEOE, buscaron de manera deliberada y consciente la extensión de la economía de mercado en España a través de la convicción, y no de la imposición, y el método que nos ha caracterizado desde entonces ha sido el de la negociación y el acuerdo con todos los grupos sociales y políticos de un signo u otro.

Salta a la vista que hoy día la figura del empresario es mucho mejor valorada que en épocas pretéritas y que la economía de mercado, con algunas disfunciones y limitaciones, ha avanzado como modelo para crear riqueza en España y conseguir una sociedad más próspera y más justa.

El asociacionismo empresarial ha dejado su impronta tanto en el ámbito social como en el económico.

En el primero, la política de concertación social, plasmada en grandes Acuerdos alcanzados bajo Gobiernos de UCD, PSOE y PP, y suscrita con las centrales sindicales más representativas, ha permitido grandes avances al cabo de los años:

Reducir la inflación a través de un principio de moderación en el crecimiento monetario de los salarios. Flexibilizar poco a poco el marco laboral. Reducir la conflictividad laboral, sentando la premisa de que la huelga no es sino el último recurso y nunca un instrumento que deba acompañar a la negociación.

Mejorar los sistemas de prestación social, y sobre todo, reducir el reglamentismo laboral y sustituirlo por la autónoma negociación y acuerdos entre trabajadores y empresas y entre sus organizaciones.

En algo más de veinte años, hemos contribuido a reducir la tasa anual de inflación, que aunque ahora nos parecen aún elevadas, era objetivo casi utópico entonces. Se ha reducido en más de un 95% las horas perdidas por huelgas. Se ha reducido la tasa de paro a más de la mitad. Se ha incrementado la creación de empleo, en tal manera que la afiliación a la Seguridad Social está en cifra, record histórico, de 16,5 millones de trabajadores.

En el área económica, en estos veinticinco años España ha sabido encontrar el camino de su prosperidad; en este período la renta media española se ha multiplicado por cuatro y la estructura de la producción ha evolucionado hacia los sectores de mayor valor añadido, como corresponde a un país moderno.

España cuenta hoy con una agricultura, una ganadería y un sector agroalimentario de gran calidad. Cuenta también con un sector industrial moderno y diversificado y cuenta con un sector de servicios muy evolucionado, en el que el turismo ha ejercido de locomotora y que se completa con otra iniciativas en el campo de las finanzas, seguros, transportes, sanidad, educación, ocio y cultura, comercio y un largo etcétera de epígrafes en los que se acumula el 55% del Producto Interior Bruto.

Con esta evolución España se ha convertido en una potencia económica que se sitúa en el octavo lugar del mundo en términos de Producto Interior Bruto.

De ser un país cuya población activa vivía mayoritariamente del sector primario hace apenas cincuenta años, en la actualidad el 92% de esa población se inserta en los sectores industrial y de servicios, configurando una sociedad con los rasgos propios de un modelo plenamente desarrollado.

Al mismo tiempo, de ser un país de emigración España ha pasado a ser receptora de inmigrantes cada vez en mayor medida, nuestros distintos sectores turísticos bien lo saben.

Igualmente, España ha pasado de ser una nación receptora neta de inversión extranjera -lo que ha propiciado nuestro desarrollo- a ser inversora en el exterior, hasta el punto de que hoy es, después de Canadá, la segunda economía más abierta al exterior. La tasa de apertura, medida en el peso de las importaciones y exportaciones en relación con el PIB, alcanza actualmente el 62%.

Un último gran objetivo, de enorme interés empresarial, era la integración internacional de España; en este aspecto, los progresos también han sido de consideración.

En fases sucesivas, España se ha ido integrando en Europa, primero en el Mercado Común, luego en la Unión Europea y después en la Unión Económica y Monetaria, culminando este proceso con la adopción del euro como moneda única y la desaparición de la peseta que se ha producido precisamente al inicio de este año 2002, ahora a punto de concluir.

A lo largo de esta reciente historia del asociacionismo empresarial hemos hecho gala de una independencia de criterio, no siempre bien entendida.

Las organizaciones empresariales y su cúpula la CEOE son independientes, libres y soberanas, que afilian voluntariamente a aquellas empresas y asociaciones que les otorgan su representación y que en nada dependen de gobierno alguno ya sea central o autonómico.

Desde esta posición, estamos en la mejor disposición de cooperar con los poderes públicos en todo lo que sea positivo para la promoción de las empresas españolas, con la premisa indiscutible de que se respete nuestra autonomía y el ámbito de influencia específicamente empresarial. Como es lógico, mantendremos un respeto escrupuloso de la esfera política de decisión.

Las Organizaciones Empresariales podrían ser aún más útiles a la sociedad española si, como parte integrante de dicha sociedad, pudieran realizar una acción más autónoma en todas las iniciativas que prestan servicios a las empresas en materia de presencia exterior, promoción comercial, investigación, desarrollo e innovación, formación y un largo etc., de asuntos que en muchos casos se reservan hoy para la esfera de la política.